7 poemas de Luciana Reif - Zenda

2023-01-05 15:43:50 By : Ms. Carol Wang

Luciana Reif es una poeta y socióloga nacida en Buenos Aires, Argentina, en 1990. Coordinó junto con Valeria De Vito el ciclo de poesía «Lo que tan rápido fuga» en Espacio Enjambre. Dicta el taller «Amor y poesía» en distintos espacios. Coordina con Gaspar Tessi y Flor del Castillo el ciclo Todo beso es político. Forma parte de las antologías El Rayo Verde (Viajero Insomne, 2014 y 2015), Rizoma (2016), Martes Verde (Poetas por el derecho al aborto legal, 2018), Otros colores para nosotras (Ediciones Continente, 2018) y Camelia, mujeres que toman té (Tanta Ceniza,2021). Poemas suyos fueron traducidos al italiano por el Centro Cultural Tina Modotti. Es autora de los poemarios Entrada en calor (Uoiea, 2021; Ojo de mármol, 2016) y Un hogar fuera de mí (Visor, 2018), ganador del XXX premio a la Creación Joven de la Fundación Loewe.

La vida durante la zafra es una dulce y triste refracción del mundo. Todo comienza en los cañaverales donde hombres de lugares lejanos desnudan el campo en un lento y precioso juguetear con sus dedos, adultos y ásperos por el paso del tiempo saben más que nadie como tratar a la caña, hábiles para sacarle todos sus secretos, quedan exhaustos después de cosecharla; el calor tucumano se entrevera en forma de gotas que brotan de las manos ajadas y dolidas de un peón que no ignora que ese fruto vital concebido con sus fuerzas, será después de todo azúcar que se derretirá en otra boca. Peón golondrina conoce más que cualquiera el sabor agridulce de la tierra, después de despojarla -terminada la zafra- partirá a otros suelos a cosechar amargos sabores. ¿Acaso no es ésta la verdadera tristeza, la de un hombre que llega a abrazar la dulzura toda y se desprende de ella sin apenas saborearla?

Ese mediodía la abuela almorzó en casa, desde que está en el geriátrico cada tanto viene de visita. Yo llegué un poco más tarde y me senté junto a ella, su impecable vestido, sus ojos enormes que miran al cielo, y su boca torcida por los antidepresivos. Apenas me vio me agarró la mano, la besó con fuerza y se la llevó a su pecho. Papá seguro le contó que me separé, al rato hablé con mi viejo y me dijo que sí, un alivio porque yo no hubiera podido largar esa noticia frente a los ojos de mi abuela que absorben y refractan todas mis emociones. Ella me siguió mirando y me dijo sos preciosa un sin número de veces, mi mano aferrada a la suya, contra su pecho, como un ancla sintiendo el latido de su corazón, el tic tac de esa maquinaria que estando tan cerca de la muerte, me enseña cómo podemos seguir viviendo.

Miro a la mujer que espera el colectivo en Plaza Constitución su cuerpo quebrado, la piel estriada como una flor marchita. Pienso en su maternidad, un conteiner lleno de escombros, cinco hijos dándole vueltas como insectos diminutos, colgándose de su pecho, mordiendo la carne. No puede dar más de lo que da y lo sabe. Mira a los niños como perros, quisiera ser la dueña que suelta el hueso para que vayan a jugar a otra parte, pero son como moscas adictas a los focos de luz. Quisiera apagarse, ser prescindible un rato apenas, pero ellos siempre piden más, pueden ser malvados, herir hasta el llanto, decir cosas tremendas y nadie los acusaría.

Son la violencia con la que fueron concebidos por su cuerpo joven y brillante en el colchón de un cuarto cualquiera, sus piernas abiertas, el forro de su chico sin forro, total, no importa, total, te acabo donde quiero. Ahora vuelve a su casa en colectivo, piensa en la cena y se abstrae, tal vez sin querer se olvide a un hijo en el asiento.

Mientras tomo el desayuno, veo el surco entre sus pechos cuando se agacha y sirve el café caliente. Pienso en su cuerpo joven, en lo bello de una madre antes de ser madre, cuando solo es mujer.

Imagino las miradas como inyecciones de lujuria sobre su piel radiante, sus pezones duros contra la musculosa, trazando el camino del placer, diciéndoles a los hombres: es por acá, vengan. Imagino su mirada penetrante, capaz de meterse adentro de cualquier cuerpo, capaz de abrir camisas, saltar botones, el cinturón en sus manos, el pene en sus manos, deseando lo que se esconde detrás de la carne.

Es ella más que nadie, ahora y también antes, es ella desnuda en una cama con un tipo cualquiera, tan plena como esta mañana: su vestido suelto y floreado, mientras me mira y sonríe el café se vuelca sobre la taza hasta rebalsarla.

Hombres como mi padre mi abuelo, mis novios, mis hermanos, vi sus cabezas llenas de grandes ideas como un plato de comida que rebalsa, lustré desde chica esos cráneos, soy el placebo de tranquilidad con el que después brillan fuera de casa.

¿Para eso caí en este mundo?

Como bolas de bowling enormes y pesadas, podría encerar y pulir sus labios, mi madre pasó la vida entera haciéndolo: la cabeza de él en altas ceremonias, la corona de flores tejida por ella delante de sus jefes, delante de su maestro, delante de su propio padre

Vi la inclinación que tienen estos hombres al afirmar, el mentón hacia abajo, rozando el cuello, cuando dicen: sí, señor

¿Alguna vez agradecieron el pecho materno, la comida siempre lista cuando llegan a sus casas?

Estoy cansada de ser la otra del éxito, estoy cansada de esos hombres, quiero brillar, no ser la luna que resplandece con luz ajena.

Podría arrojar con fuerza una por una sus cabezas, mis dedos apretando su nariz y su boca, deslizándose con gracia por el suelo encerado y pulido de la pista de bowling, podría verlos estrellarse contra los palos derribándolos con dolor, pero manteniendo la sonrisa imperial de quienes creen -como en una guerra- que han vencido, que ahora son mejores que antes, pero después vuelven hacia mí y los lanzo de nuevo.

Si quisieras tocar el núcleo del amor, si dejaras caer todo el peso de tu espalda sobre él o, mejor dicho, si pusieras tus manos en ese fuego, estoy segura, te quemarías. Es como si abrieras un cuerpo para conocer a una persona, los órganos dispuestos sobre la mesa, las cortinas corridas hasta llegar al hueso. Matarías en ese acto, dejarías todo deshecho. El amor es como la verdad, esquivo a su centro. No se puede mirar directo a la luz del sol o dejar la cabeza mucho tiempo bajo el agua. Quedate ahí, mirá de lejos, rodeá su centro como si bailaras, no somos científicos buscando verdades microscópicas. Dejá que el amor falle, que refulja en lo que tiene de inexacto. Si me abrieras el corazón ahora, si me hicieras la autopsia, descubrirías un millón de mentiras dichas en su nombre. Nada dice lo imperfecto de lo mucho que nos cuidamos.

Voy construyendo la soledad como un galope, soy Juana de Arco, bella y majestuosa arriba de mi caballo. Alrededor mueren y renacen los hombres, no es su amor lo que me hace valiente, es ser quien soy a pesar de ellos, conservar en mi centro un corazón capaz de dar batalla.

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